lunes, 19 de diciembre de 2011

           En Madrid, en el Museo del Prado, existe un cuadro de Murillo titulado «La Virgen de la faja». Hay una copia bellísima en los Jesuitas de Villagarcía de Campos. No me canso de contemplarlo.
            Tiene la Virgen al Niño sobre sus rodillas, y le contempla con grandísima ternura al tiempo que lo está fajando en pañales limpísimos. El Niño tiene los bracitos abiertos en cruz, y de sus ojitos se desprenden unas lagrimitas que corren por las mejillas.
            Os brindo este cuadro como tema de contemplación y meditación.         
            Ese Niño, antes de ser Cristo, Verbo hecho carne, era Verbo Luz y Vida. Él palpitó ya en las almas buenas; en los Patriarcas, en los Profetas, en la Ley antigua y en toda la Escritura, pues Él es la Palabra que existía desde el principio. Por Él fueron hechas todas las cosas. Actuaba en forma oculta pero real. Todo lo llenaba de vida, de virtud, de belleza y de amor. Todo lo presidía.
            Antes de nacer de la Virgen María, la Sagrada Escritura nos lo concebía mentalmente por el Espíritu, y los Profetas nos lo dieron oralmente a luz anunciando dónde nacería, de qué familia, cómo viviría y cómo moriría.
            La grandeza del Niño de Belén está en que es la Palabra de Dios total. Nos lo da la Virgen en toda su plenitud. Verbo de Dios en parto corporal. Pero es el mismo y único Verbo. Él abarca toda la eternidad, la Creación, la Encarnación, el Calvario y la Resurrección. Él es Jesús, Hombre Salvador, Cristo, el Señor. Él es grande como lo anunció el ángel.
            Lo maravilloso es que este Niño de bracitos abiertos y lágrimas en sus ojos, está en mí por la gracia, habita en mí, actúa en mí, ama en mí. Lentamente y silenciosamente me transforma en Él. De Él vivo, vivimos todos; aunque muchos no lo sepan; respiro, gozo y lo saboreo. Es Cabeza del Cuerpo Místico y nos rige y dirige. Es Corazón y nos vivifica y vigoriza. No hay una sola gracia que no sea presencia y actuación de Jesús. En todo acto bueno palpita un latido cristiano. Sin Él nada podemos. Y está vivo. Vive hoy, no como un recuerdo, sino en una deslumbradora realidad. Hoy como ayer y por siempre sin fin.
            El Niño de Belén es todo el amor de Dios para los hombres. ¿Quién temerá acercarse a este Niño que se nos da en manos de una Virgen?
            Este Niño vive un drama excepcional. Sabe la muerte que tendrá en Cruz, los años que vivirá, los sufrimientos suyos y los que padecerá en sus miembros. Conoce lo que nosotros no podemos conocer. ¿Quién podrá penetrar en el corazón y los sentimientos de este Niño? Él contempla el pasado y el futuro. En Él se dan cita el dolor máximo y el máximo amor. Y todo esto, como dice San Ignacio en su contemplación del Nacimiento, por mí.
            Ante esta Luz que todo lo transforma en Vida, ¿podremos vivir una Navidad en tinieblas? Y toda la vida es Navidad, porque Cristo Jesús nace, vive y se perpetúa en mí por el bautismo.
            Santa María de Belén, Madre silenciosa del Verbo que calla, ama y espera, hazle crecer en nuestras almas; así Él, que puso en paz todas las cosas, hará llegar la paz que buscan todos los hombres de buena voluntad.

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